La eyaculación precoz era un fenómeno muy extendido en el acelerado mundo de posguerra de Estados Unidos, un problema que los romanos ya denominaban ejaculatio praecox. Si bien las definiciones variaban, esta dificultad solía significar perder el control poco tiempo después de penetrar en la vagina.
Como es sabido, entre los pioneros en investigar esta y otras disfunciones en la respuesta sexual humana, se destacó la pareja integrada por William Masters y Virginia Johnson, a partir de los años 50. Su historia es abordada por Thomas Maier, exitoso periodista de investigación norteamericano, en su libro “Masters of Sex” (que dio origen a una serie homónima, protagonizada por Michael Sheen y Lizzy Caplan).
La célebre pareja de sexólogos supo detectar que muchos hombres estaban acostumbrados a apresurar las relaciones sexuales con sus novias “en el asiento de atrás de los coches, en aparcamientos-picadero, en cines al aire libre o en fugaces visitas en moteles que cobraban por horas”, por el temor a ser descubiertos. Sin quitarse la ropa, realizaban “una pantomima del coito” hasta que la fricción causaba que el hombre terminara en sus pantalones. En otras ocasiones, el acto sexual podía finalizar con un coitus interruptus, “con unos pocos embates pélvicos” del pene en la vagina y su rápida “retirada como medio anticonceptivo”.
Parada y arranque
El doctor James H. Semans, reconocido urólogo de la Universidad de Duke, describió un método de tratamiento para el hombre “sobreexcitado” al que llamó “parada y arranque”, al que Masters y Johnson incluyeron en su marco terapéutico (y que se utiliza como parte de la terapia sexual hasta el día de hoy). Pero por aquel entonces la resistencia a estos temas, incluso por parte del cuerpo médico, era grande y pocos hablaban de su innovadora técnica, “por mucho que la eyaculación precoz afectase a al menos un tercio de los hombres sexualmente activos”.
¿En qué consistía? Derivada de la escuela conductista, instruía a los hombres a mantener la erección durante la estimulación manual de la pareja, hasta estar a punto de eyacular, momento en el que debía cesar toda actividad hasta superar la sensación de inevitabilidad. La parada y el arranque se repetían hasta desarrollar una sensación de control sobre el reflejo eyaculatorio durante la excitación. En fases posteriores, se aplicaba este método durante la penetración vaginal, una especie de “toma y daca” coital, hasta poder postergar la eyaculación el tiempo suficiente para que la mujer alcanzase la satisfacción sexual.
Que pase el siguiente
Masters aprendió que muchos hombres se iniciaban en el sexo de la mano de prostitutas, que urgían a sus clientes a terminar pronto para pasar al siguiente. Después de dos o tres visitas, observó que un “hombre inexperto quedaba condicionado por este patrón de funcionamiento sexual, estableciéndose así una respuesta de eyaculación rápida”. A algunos “no se les podía tocar los genitales sin que eyacularan en cuestión de segundos”, mientras que otros “estallaban a la simple vista de una mujer desnuda, en persona o en una revista”.
Aunque los expertos médicos definían como “precoz” cualquier eyaculación durante el primer minuto de penetración vaginal, Masters y Johnson se abstuvieron de medirlo con cronómetro. En cambio, definieron el problema como el de cualquier hombre incapaz de contenerse el tiempo suficiente para “satisfacer a su pareja en al menos el 50% de sus relaciones coitales”. Y presentaron esta disfunción en términos epidémicos, con trágicas consecuencias “dado su impacto en la vida conyugal”.